Cuando estos días veamos la cruz en nuestras iglesias y por nuestras calles, que no nos falte el amor en la mirada y la oración en los labios, por todo lo que significa, por todo lo que en ella nuestro Salvador nos ha dado. Acerquémonos a la cruz recordando a María, la Virgen fiel que estuvo, al pie de la Cruz, para acogernos, en la persona de Juan, como Madre, en ese último gesto de Jesús, que ya sin nada, nos dio lo único que le quedaba, a María. Mirémosle en la cruz; pidamos llegar a la confesión del centurión, que al instante de morir el Señor confiesa la divinidad de Jesús: «Verdaderamente este era Hijo de Dios» (Mt 27, 54), afectado por la gracia salvadora que de la cruz procede, gracia capaz de hacer creer a quien no cree.
Sean, bajo el signo de la cruz estos días, días llenos de su gracia y de su paz. Días de acercarnos a la salvación, al amor que nos ha salvado.
Tanto amó Dios al mundo (Descargar)
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